Hay algo con volver a los lugares (o a hacer algo) que te hace pensar que todo será igual y resulta siendo diferente, como cuando te gusta mucho algo y dejas de tenerlo por un tiempo y cuando regresas te das cuenta que era mucho mejor tu recuerdo que la realidad. Algún filósofo (Aristóteles, creo) dijo que al salir y entrar en un río no somos ni la misma persona, ni es el mismo río, por eso hoy, que regresamos al Sacré Cour quedé impactada nuevamente de su inmensidad y perfección, no cabe duda de que es una iglesia hermosa y merece toda la veneración que le tienen. Sin embargo, no regresamos a ver la iglesia, sino que estuvimos buscando una de las calles más bohemias de París, donde actúan mimos, pintores, músicos, entre otros, pero no pudimos encontrarla y nadie sabía de que les hablábamos. Que lastima.
Como queríamos hacer un picnic nos fuimos hasta los Campos Elíseos, donde con una toalla del hotel como mantel, nos comimos las deliciosas hamburguesas que había hecho mi padre, también disfrutamos de la vista, los vientos fríos y huracanados y las copas de los árboles tiñendose con los colores del otoño. Hasta que una abeja nos atacó y salimos corriendo. Fuimos a la plaza de la Concordia, donde hay un viejo obelisco que los egipcios le regalaron a los franceses hace mucho; es un espacio maravilloso, desde allí se pueden observan las dos agujas de Notre Dame, la Torre Eiffel, el Arco del Triunfo, la avenida de los campos Elíseos y la cúpula del hotel de Los Inválidos, también da hacia el jardín de las Tullerias, un precioso espacio con muchos cuervos, un par de lagunitas y mucha gente tomando sol; como también comunica con el Louvre, decidimos acercarnos y así caminar el jardín.
La cantidad de turistas era inmensurable, habían altos y bajos que te permitían ver las olas de gente que seguían llegando, pero valía la pena por caminar en un parque tan lindo, lleno de esculturas y laberintos; la pirámide del Louvre es lo primero que ves una vez que dejad el jardín, siendo majestuosamente transparente y súper hermosa y cuando ves hacia atrás te das cuenta de lo inmenso que es el museo. Nos regresamos para buscar a mi mamá que se había quedado a descansar en uno de los laguitos y caminamos cantando por la avenida de los campos Elíseos que estaba completamente llena por ser hora tope. Pero Antonieta quería comprar un par de marca libros en la cima del Arco del Triunfo así que nos tocó. Esta vez el ascenso se me hizo muuuuucho más rápido y menos cansón que la primera vez, quizás porque fue una sola cola desde que entramos hasta que llegamos a la cima que no estaba tan atestada como parecía. La vez pasada habíamos llegado al atardecer y fue hermoso, la mejor hora para ver París y disfrutar de la Torre prendida desde las alturas, esta vez fue... Menos lindo. Así que compramos los marca libros y bajamos. Tampoco estaba la inmensa bandera de Francia y esta vez se me hizo mucho más fácil encontrar el nombre de Miranda. Como no estaba haciendo tanto frío ni el suelo estaba húmedo (¡al fin!) me tomé un par de fotos con las zapatillas y el arco; simplemente adoro como me ve la gente cuando me paro en puntas y como todos quedan maravillados con las poses simples y el equilibrio.
Habiendo terminado allí, bajamos hasta el Sena y caminamos hacia la Torre Eiffel, los jardines de Trocadero estaban cerrados y comenzaba a nublarse de nuevo, así que huimos a nuestro café favorito por un postre y luego al hotel.
PD: aprendan: día soleado no significa caluroso. No se confundan.
PD2: tampoco confíen en los mapas, todo siempre está más cerca de lo que parece.
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