05/06/2016
Ayer me hice la valiente, porque
eso de llorar por algo que se quiere pero por lo que se sufre es un tanto
complicado de explicar sin que la que es psicóloga parezca estar en total
pérdida de sus capacidades.
Porque para todos los que crean que esto se me ha
hecho fácil ya que es algo que he querido desde hace mucho tiempo, para lo que
me he preparado y que he planificado; pues no lo es. En lo más mínimo.
Vengo de una familia que se reúne
para todo: bautizos, comuniones, cumpleaños, cuando alguien pierde un diente…
Me he criado con mis abuelos, tíos y primos a la vuelta de la esquina, con
máximo hora y media de distancia si se me antoja ver a cualquiera de ellos;
para que dentro de tres meses no tenga más esa oportunidad. Por un año como
mínimo. Porque estoy clarísima en qué es lo que voy a perder cuando me vaya:
No más abrazos fuertes de mis
padres los domingos cuando me despidan para ir a Caracas.
No más chistes malos de mi
hermana y mi padre.
No más gritos de mi madre para
decirme que le baje a la música.
No más comidas
riquisisisisisisimas y sin ningún motivo especial preparadas por mi padre, solo
porque es X día.
No más apuchurros a mi mami.
No más peleas con mi hermana
porque dejó el baño desordenado, o se midió la mitad de mi closet y lo dejó
sobre mi cama. No más arroparla, despejarle la cama, prenderle el aire, darle
los retenedores y besarla de buenas noches.
No más cerrar la casa y amarrar a
la perra mientras todos duermen y tener una sensación de plenitud en el pecho
porque en ese momento todos estamos seguros.
No más empanadas de mi tía.
No más domingos donde mi abuela
para ver a mis primitas y jugar al escondite con ellas para que me griten dónde
están si les pregunto.
No más conversaciones
adolescentosas con mis primas. Ni conversaciones de fútbol y la superioridad
del Real Madrid sobre el Barcelona con mis primos.
No más escuchar a mi abuelo
diciendo que me cuide los dientes y que vea bien la familia del hombre con el
que me voy a casar.
Ni que mi abuela me compre los
cambures manzanos que tanto me gustan. Ni que pueda abrazarla e intentar
besarla en el cuello porque eso le hace cosquillas.
No más parrillas en familia que
duran todo el fin de semana y luego recoger con mi mamá.
No más conversaciones
existenciales con mi hermana justo antes de dormir y que espantan el sueño.
No más despertarme tarde un
sábado con las risas de mis tías en la cocina, donde seguro estarán desayunando
arepas con caraotas y queso.
No más escapadas a cafés con mis
amigas. Ni más ir a los chinos con mis amigos.
Ni viajes espontáneos a la playa.
O a la Colonia Tovar. Ni que me digan que esté lista en diez minutos que ya van a buscarme.
No más cantar a la par con mi
hermana mientras alguna friega los platos o salimos juntas de la residencia o
solo porque sí. Ni buscar las letras de canciones nuevas y cantarlas sin
saberlas.
No más notar los pequeños cambios
en mis primitos, ni verlos crecer, ni estar ahí para ellos.
No más molestarme porque mi
hermana se salga con la suya y yo termine haciendo todo lo que diga mi mamá
porque si yo no lo hago lo hará ella.
No más arrastrarme hasta la cama
de mi papá mientras ve la Formula 1 para escucharla.
Ni acompañar a misa a mi mamá.
No más acompañar a mi tía y
hablar con ella mientras vamos a Caracas.
Ni decirle de nuevos avances de
la tecnología en medicina a mi prima. Ni intentar enseñar a leer a la más
pequeña.
No más estar ahí y no perderme un
montón de cosas.
No más irme a dormir a mi cama,
con la almohada que yo nombré, esa que representa todas las veces que mi
hermana se quedó dormida sobre ella o las veces que mi mamá se instaló en mi
cuarto, y que me acompañó a tantos lugares. Porque dejo la casa donde siempre
seré una niña.
Y las niñas grandes no pueden
llevar almohadas consigo.
Porque hoy me vale mierda el
Skype y todos los avances tecnológicos con los que tendré que conformarme en
tres meses.
Porque dejo toda una vida y eso
duele, joder.
Canción: Butterfly fly away - Miley Cyrus.
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