Se levanta de la cama y abre la ventana, respira la fría brisa de la mañana y cierra los ojos mientras intenta descansar en ese breve momento todo lo que no pudo la noche anterior. Increíble, otra noche desperdiciada pensando en él, pensando en como serían sus besos si estuviese allí, imaginando como dormiría si los dos compartieran la cama, soñando con despertar y ver una sonrisa somnolienta en su cara. Sacude la cabeza y se aleja de la ventana, ella solía ser una persona bastante organizada, sus amigos siempre describían sus decisiones como racionales; cada vez que llegaba un nuevo elemento a su vida intentaba ubicarlo en alguna categoría existente o, si era necesario, crear una nueva; era un buen sistema, le había funcionado desde que tenía memoria. Hasta que llegó algo que irrumpió con su precioso orden, algo inusual y con una fuerza extraña, algo como él, en pocas palabras -si es que se pueden decir pocas palabras sobre él.
Se sentó en la cama y comenzó a vestirse a la vez que recordaba el momento en que lo había conocido, sonrió por inercia al pensar en que le había dicho a su amigo que solo sería un día normal, que nada pasaba en las reuniones casuales. Que equivocada estaba. Entró a la sala y, como si ambos supieran que se iban a encontrar, volteó, sus miradas se encontraron, en ese instante ella supo que estaba perdida -o tan perdida como se puede estar cuando alguien estremece tu mundo.
Estaba sentado cerca del televisor con sus amigos, luciendo tan condenadamente sexy como pocos podían hacerlo, con solo un vistazo ella lo clasificó de maní rubio -un hermosísimo maní rubio- no supo que tenía algo entre sus orejas hasta después, cuando ya se encontraba en la categoría de fantasía ¿Donde más lo iba a colocar? Ella sabía perfectamente que los dieces no salen con seises y medio y que alguien como él no podía ser otra cosa que un diez. Se sentó lejos y lo observó durante un rato, no se dio cuenta de que él hacia lo mismo hasta que se le acercó y le preguntó su nombre, ella olvidó como respirar y en un gemido se lo dijo, él sonrió y se presentó, ocultando que estaba quizás tan nervioso como ella.
Que extraño - se dijo mientras caminaba a la cocina, pensando en que esta era la primera vez que pensaba en él y no le daban nauseas, después de todo, había pasado seis meses comiendo como un pájaro porque él no salía de sus pensamientos y era peor cuando se veían: no comía, no pensaba, no coordinaba. Él la había transformado en una masa temblorosa de torpezas y palabras no dichas ¿Qué era lo peor? A ella le gustaba.
Se envolvió la bufanda en el cuello, arregló su cabello y justo antes de que girara el pomo de la puerta, imaginó como sería si el timbre sonara; ella sonriera y atendiera solo para encontrarse con su dulce sonrisa esperándola en el corredor. A pesar de que abrió la puerta y no encontró a nadie en el pasillo, sonrió y comenzó su día.
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