5 jul 2012

Verano


- Pudiese vivir siempre así – ella respiró hondo, aspirando con sus pulmones el frío aire del anochecer mientras seguía jugando con el cabello de él – con vista perfecta de la ciudad, tan iluminada, lejana y cercana al mismo tiempo. Con la luna que juega a ser sonrisa, ocultándose detrás de las nubes como si estas fueran cornisas, de vez en cuando siendo fantasma, para darle protagonismo a esta noche estrellada. Con el césped bajo nosotros, que cualquier movimiento suscita cosquillas por parte de él, pero siempre siendo tan suave como una alfombra, casi tan reconfortante como la brisa.
Él sonrió, jamás pensó que le fuera a gustar una poetisa, y acomodó su cabeza, orientada hacia las estrellas, sobre sus piernas. Casi parecía que ella lo hechizaba cuando lo tocaba; había sido así desde el momento en que se dieron las manos cuando se conocieron en el valle, frente a la librería de la que era dueño su padre. Y ahora estaba él allí, a su merced, obteniendo un placer idílico del suave movimiento de sus manos sobre su cabello liso, de su lenta respiración, del tono chillón de su voz cuando hablaba. Jamás pensó que se encontraría en esa situación, atrapado en las coqueterías de una chica. Él no era así.
- Podría ser siempre así, no pretendo mudarme en un futuro cercano.
Ella detuvo las manos en su cabello por un instante y lo miró: tenía los ojos cerrados y una sonrisa idiota dibujada en los labios. Sonrió también y siguió con el movimiento que se había vuelto tan natural para ella en tan poco tiempo, era como si sus manos hubiesen sido diseñadas para ello. Y ¿Por qué no? Disfrutaba de eso; de lo sedoso de su cabello oscuro bailando entre sus dedos, de trazar sus lunares con sus uñas sobre su piel tersa y bronceada, de aquellos besos a cuenta gotas que compartían ahora cada vez más a menudo. Estaba fascinada y horrorizada al mismo tiempo, nunca había sucumbido ante un chico tan fácilmente. Ella no era así.
- Dudo que Sara esté de acuerdo en que solo la visite para venir a tu casa.
- Ahora Sara no es la única persona que conoces por aquí.
Él abrió sus ojos y le dedico su mejor mirada, aquella que solo usaba cuando quería salirse con la suya, esa que implicaba una amplia visión de sus ojos miel, enmarcados por esa doble capa de pestañas extra-largas. Ella se sintió morir: nunca se había resistido a un moreno de ojos claros, eran como su talón de Aquiles.
No dijo nada y le puso más empeño a las caricias, en lo menos que quería pensar era en el mañana, cuando el hoy era tan perfecto. Cerró los ojos y se apoyó de la pared, era el lugar que tenía la mejor vista, pero eso no le importaba ahora; después de todo: ya había caído en cuenta de que se había convertido en un cliché. Se había ido de vacaciones a un lugar que no conocía, había hecho lo que quería pensando que nadie la reconocería ni la recordaría, pero todo había cambiado: conoció a alguien. No era el chico más hermoso, ella lo sabía, tenía la nariz demasiado puntiaguda y era muy delgado para sus estándares usuales. No le gustaba la música y era un fanático del básquet. Pero leía… Le había hablado de Hesse, Cortázar, Wilde, Dickens, Shakespeare ¡Incluso de Hemingway! Lo cual la había llevado a conversar con él por horas, a despedir a su amiga para seguir hablando con él, a ver como amanecía desde la terraza de su casa, pues estaba situada en la cúspide de la montaña que cubría el valle, a sentirse infinita por estar viviendo eso, en ese momento, con él.
Él la observó un rato, contemplando su rostro en paz y queriendo apartar los risos rojos de su cara, cuando la veía así parecía que las llamas se apoderaran de su cabeza y ella, tan serena, dejaba que estas la consumieran. Prefería como la había conocido: con un moño alto, su cabello haciendo fiesta con el viento, pero nunca estorbando en su cara. Tenía los labios finos y los pómulos altos, una barbilla pronunciada y un lunar pequeño en la mejilla que se había acostumbrado a besar. Casi se la había llevado por delante al salir de la tienda cuando su padre le había pedido que le llevara un ejemplar de The sun also rises de Hemingway a la casa. El libro había ido al suelo y, como en una de esas novelas con las que lloraba su madre, ambos se habían agachado para recogerlo: él se había quejado, era un libro viejo y si algo le pasaba estaba seguro que su padre lo asesinaría, ella al ver el nombre de Hemingway y su preocupación pensó que era un lector empedernido. Fue la excusa perfecta para hablar con esa pelirroja que había salido de la nada; además, para algo tenía que servirle que su padre lo hubiese obligado a leer los grandes clásicos y a los grandes autores, a trabajar en la librería y cuidar los libros. Irónicamente había recordado aquella frase de Hemingway: “Conocer a un hombre y conocer lo que tiene dentro de la cabeza son asuntos distintos” y jugó con ella a su favor.
Ella lo acompañó hasta su casa y conoció a su padre, habían hablado de todos los autores que él manejada, ya que era quien dirigía la conversación, y ella, encantada, había caído en su trampa. Lo único que él no había calculado era la posibilidad de caer él también. Y había caído.
Así que allí estaban, de nuevo en la terraza, de nuevo envueltos el uno con el otro, gozando de un silencio que valía tanto como las palabras que habían compartido.
- Si, definitivamente pudiese vivir así para siempre – dijo ella aun con los ojos cerrados, él también los cerró.
- Vivamos así, entonces – porque él también había empezado a creérselo, empezaba a demostrar que no solo lo conocía, sino que conocía lo que había dentro de su cabeza.
Ella no lo dijo, él tampoco lo mencionó; pero a medida de que la noche terminaba e inspiraba un nuevo día, con esas dos personas que entendían de metáforas, observando y fingiendo que para siempre había llegado, ambos eran completamente conscientes de que, como todo, el verano también termina. Y con él, todas las historias que lograste recopilar.


Bienvenidas sean las vacaciones de verano, mis queridos lectores ;)

No hay comentarios:

Publicar un comentario