Ella iba caminando rápidamente, a su paso normal, al fin fuera del trabajo y con tiempo para ir a su casa y cambiarse para su cita ¡Y pensaba que lo iba a tener que ver en su traje de falda y chaqueta! Sonríe un poco y acelera el paso, no se da cuenta de que alguien va en dirección contraria a ella y chocan; unos lentes de sol y unos anteojos salen volando.
- Disculpe - dice ella rápido, intentando encontrar su montura - no vi por donde iba.
- ¿Kimberly? ¿Eres tú? - dice una voz conocida.
- ¿Leonardo? - sonríe - ¡Leo! Cuanto tiempo.
- Más del que debería - él también sonríe. Hablan un poco de sus vidas, de lo que hacen y de lo que quisieran hacer, suena el teléfono de ella y ve la hora. La excusa perfecta para huir.
- Lamento que todo sea tan fugaz - no lo hace - pero me tengo que ir...
- Oh, Kim - él la mira con tristeza - pero si hay tanto que decir - piensa un minuto - Vayamos a tomar un café.
- Pero...
- Será solo un café - él le sonríe de esa forma que sabe ella no puede resistir - por los viejos tiempos.
Kim suspira y asiente, ajusta un poco su chaqueta y saca su bufanda, hace frío afuera. Salen juntos del edificio y van al café que está en frente, él, con su metro ochenta y delgado cuerpo viste unos jeans desgastados que ella conoce bien, una camisa que compró para él y un gorro idiota que siempre odió, pero jamás dejó de lucir mal en él. Ella, con su nuevo traje ejecutivo de diseñador, sus zapatos altos y su cola de caballo ajustada, tan impersonal como él nunca la vio. Él la mira con sus ojos oscuros y despeina su cabello del mismo color, sonríe incómodo y la ayuda a sentarse. Ella con su cabello negro - tenido - y ojos grises lo mira impaciente, nunca esperó este encuentro.
- Entonces... - comienza él - ¿Como te va en el trabajo?
Ella le cuenta, no emocionada, pero le cuenta, solo quiere salir de allí. Él la oye, como siempre. Piden los cafés.
- No has cambiado nada - le asegura él.
- He cambiado más de lo que ves, créeme - ella le asegura. Siguen la charla barata, ella no deja de mirar el reloj.
- ¿Tienes que ir a alguna parte?
- Tengo una cita - dice ella a propósito.
- Oh - él toma café - Oí que estás saliendo con alguien - dice con cuidado.
- Eso intento, nada que funcioné - dice ella, callando que aun está un poco perjudicada por sus sentimientos por él - ¿Y tú?
- Yo nadie, nadie desde hace año y medio - entonces él recuerda. Recuerda los paseos en el parque y las noches en París, recuerda las veces que la buscó en el trabajo, en esa misma torre donde hoy tropezaron.
Ella también recuerda, recuerda las discusiones y las lágrimas, lo mucho que lo quiso y que nunca pareció ser suficiente, recuerda esa última noche donde se fue, sin decirle a donde ni por qué.
- Aun intento entender ¿Sabes? - dice él - Sé que no todo era lindo, que era más lo que peleábamos que lo que pasábamos felices, pero... Tu nunca huyes.
- No es algo que tu debas entender - sonrió - yo tenía que hacerlo y no huí, lo hice así porque sabía que si esperaba a hablar contigo, que si me mirabas con esos ojos tristes y esa sonrisa que me diste hace un rato no me podría ir. Y yo necesitaba irme.
- ¿Por qué?
- Yo quería llorar en tu hombro - ella sonríe melancólicamente - pasar noches en vela en tus brazos, escuchar que me dijeras te quiero hasta que estuvieses muy cansado, yo quería que me escucharas, que no me oyeras, quería que en esos días que me buscabas en el trabajo me sorprendieras con algo, que las veces en las que te esperaba me abrazaras por la espalda y me besaras en el cuello. Quería tanto de ti... Quería tanto que no podía pedirlo, quería también que te dieras cuenta de que lo quería - se rió por tantas muletillas - No tienes idea de lo mucho que te quería, Leo.
- Yo - él suspiró - yo siempre quise estar allí, yo siempre quise hacer esas cosas que tu querías que hiciera, me maldigo a diario por las veces que lo pensé y no lo hice, por los besos que no te di y por las noches que esperé a que te durmieras para susurrarte cosas al oído. Lo que pasa es que eres distinta - le tomó la mano a través de la mesa - no eres como las demás, eres demasiado única, demasiado independiente, demasiado tú y no sabía como comportarme a tu alrededor...
- ¿No supiste eso durante tres años? - ella no ocultó su asombro.
- Intenté aprender, intenté actuar, todo siempre demasiado tarde - ella se soltó de su agarre.
- Siempre fue demasiado tarde.
- ¿Todo en pasado? - pregunta él, muy descarado.
- ¡Por supuesto que en pasado! - las lágrimas empiezan a inundar sus ojos claros - Ha pasado más de un año, un año donde lidié con ello, un año que traté y logré olvidarme de ti, de tus promesas incumplidas y tus besos escasos, de tus palabras planas y tus intereses solo por ti mismo, me olvidé de todo y por primera vez en tres años fui feliz - sonrió, una lágrima corrió por su mejilla - Fui feliz ¿Sabes? No sentí esa opresión en mi pecho, disfruté de muchisimos helados en la plaza, mientras jugaba con las palomas que para ti siempre fueron dañinas, fotografié cuantas veces quise y no tuve que que mendigar la foto de nadie - lo miró, él sabía que se refería a él - y realmente extrañaba mi felicidad.
- ¿Jamás fuiste feliz conmigo?
- No es eso, es que nunca fui suficientemente feliz como para quedarme - ella ve llegar al chico con el que se iba a encontrar y lo ve atravesar la puerta, la encuentra y va hacia ella - Y sabes que nunca fui conformista, así que decidí buscar algo que me merezca tanto como yo lo merezco a él.
Ella se levanta y le regala su sonrisa al extraño, le toma de la mano y se va junto a él, recargando su peso en su costado. Él la ve marcharse - una vez más - y se da cuenta de todo lo que hizo mal, de que siempre estuvo equivocado cuando pensaba estar en lo cierto, el se da cuenta, de que tal como dijo ella, siempre fue demasiado tarde.
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