Hoy pasé por el parque que solíamos frecuentar, donde entre risas y columpios me confesaste que habías aprendido a volar, que desde que me habías conocido el cielo estaba más cerca, que cuando rozabas mis mejillas sentías la suavidad que debía tener una nube. Me senté en el columpio y le canté a los árboles que alguna vez nos vieron abrazados, le susurré al viento que tanto tu como él, podían ir y venir cuantas veces quisieran, le comenté a un par de iguanas que siempre les tuviste miedo y, a las bisagras chirriantes del juego, les expliqué que no volverías con un ramo de chocolates a sobornarme para que dejará el sube-y-baja y me fuera de tu mano. Y la gente nos miraba raro, como siempre, después de todo nadie se espera ver a un chico con un bouquet de chocolates rogándole a una chica que mantenga el alma de una niña, ni a una chica ya mayor aceptando solo si era él quien la acompañaría.
Hoy me vestí de tacones, vestido y maquillaje y no pude evitar recordar las caras que hacías, esas muestras entre dolor y placer: dolor por verme tan ajena a mi, placer por verme así, siempre tenías los comentarios correctos y me hacías reír tanto que tenía que retocarme mil veces el maquillaje. Y mil y un veces me hacías reír más. Y mil y un veces me decías que siempre regresara a ti. Y mil y un veces te respondí que algún día no sería así. Y reías, reías, reías, hasta que un día simplemente me sonreíste y me dijiste que sabías que era así. Que esperabas con ansias el día el que nos separáramos para unirnos de nuevo; que realmente nunca me iría porque de una u otra forma seguiría viva en ti siempre.
Hoy te extrañé, aunque no porque haya recordado todo esto, simplemente porque miré al cielo y me dieron ganas de volver a ver las nubes desde tus brazos y de volver a buscarles formas desde tus ojos. Te extrañé porque hizo frío y tu siempre buscabas mi abrazo para protegerte de él, teniendo una excusa para estar allí y dejarte consentir. Hoy te extrañé porque mi estómago cosquillo de esa manera tan peculiar que lo hacia siempre que sabía que te iba a ver, porque mis ojos se cerraron y olí mi perfume en tu piel. Te extrañé al atardecer y sonreí porque ya no te extraño de otra manera que no sea un momento, porque extrañándote te recuerdo y a la vez no lo hago, porque es ocasional y no hace daño.
Porque extrañarte hoy está bien.